Hay días en el año que son especiales. No quiere decir que cualquier día ordinario no pueda ser especial, ojalá lo fuesen. Lo que digo es que hay días que son en sí mismos, por su propia cualidad, distintos, diferentes, especiales.
Comienza el verano. Ya llegó el calor a esta España nuestra. Una masa de esas de aire del desierto nos llega una vez más y los termómetros suben en este sur europeo que se identifica con el mediterráneo como parte de su verdadera identidad. En la Noche de San Juan se repiten ritos ancestrales, de los que hemos dejado de percibir su sentido, por toda nuestra Europa. Fuego, mar, músicas, bailes, memoria. Estamos hechos de lo recibido, pero hemos olvidado para qué sirve. Qué sentido tiene. Por qué es así. Hacemos cosas –sin saber lo que hacemos– como se llevan haciendo miles y miles de años en esta zona del mundo. Dicen que los trajeron los indoeuropeos. No se sabe desde cuándo, la noche de San Juan es una noche sagrada. Seguramente desde el origen de los tiempos.
Siempre ha tenido algo especial para mí esta noche. Una noche en la que lo sagrado se hace más próximo y presente, al alcance de la mano. La Tradición dice que en esta noche nació santo Domingo de Guzmán. Seguro que don Manuel Fernández Escalante diría que las casualidades no existen. Los cielos –decían los antiguos paganos– se abren en esta noche. En esta noche lo pagano y lo cristiano se entremezclan. Esta noche nos recuerda que el mundo es sagrado y que lo sagrado está al alcance de nuestra mano. Que el ser humano es capaz de entrever y atisbar las verdaderas tramas del mundo. Que tras todo lo que vemos está la realidad y que esta noche se muestra la realidad mejor que otras. Y que el rito es una puerta para verlo.
Lo sagrado que rezuma esta noche habla de la dimensión más espiritual del ser humano en su condición de creatura. El cristianismo tuvo la virtualidad de integrar algunas de las experiencias espirituales previas a la revelación como se dieron en otras culturas y situaciones anteriores. Les dota de un sentido más amplio, reseñando el más profundo. Lo cual es reconocer que antes de la revelación, el ser humano, evidentemente, era también capaz de captar lo sagrado. Hoy, esta noche, nos lo recuerda.
Lo sagrado son las verdaderas tramas y urdimbres de cuanto nos rodea
Me viene al corazón una noche como esta, hace muchos años, 25 concretamente, en la sierra cordobesa próxima a la ciudad, pero lo suficientemente alejada para guardar la soledad, en la Mesa del Sol –de mágico nombre– con amigos, cuando no llegábamos ni a los 20 años, donde el fuego, la amistad, la noche, el sentido, abrió los cielos para nosotros. Nosotros que buscábamos a Dios. Nosotros que seguimos buscando. Nosotros que queríamos cabalgar al tigre.
También la mente me trae hoy a Elíade y una de las novelas que más he disfrutado en su complejidad, precisamente de título como esta noche, La Noche de San Juan. Novela que habla de ciclos, de búsquedas, de encuentros, de identidad, de quién es uno, del doble, la confusión, lo sagrado divino. Lo sagrado humano.
Lo sagrado nos rodea. Lo sagrado son las verdaderas tramas y urdimbres de cuanto nos rodea. El mundo es sagrado. El ser humano es sagrado. Pero estamos generalmente ciegos. No sabemos ver. No somos capaces de ver la realidad sagrada que nos envuelve.
La Noche de San Juan es una de esas noches especiales en todas las culturas del mundo… o cuando menos de este nuestro mundo occidental. Noche en la que todos los pueblos han sentido que lo mágico, lo trascendente, lo que nos conecta con el más allá, estaba próximo y cercano. No sólo por cuanto es el comienzo del verano -día arriba día abajo-, sino porque de algún modo, seguramente por ese motivo del solsticio de verano -de nuevo día arriba día abajo-, se me representa esa noche como imagen del espíritu profundo de lo religioso en el ser humano.
El ser humano no es sino una llama de lo divino en el tiempo
Aunque el cristianismo supuso una transformación obvia ante lo religioso, mostrando que Dios no era ya la divinidad antigua, vista como algo peligrosa, lejana, oculta y caprichosa, más digno de temor que de amor -la visión propia de las religiones primitivas-, y aunque llevó lo religioso fuera del campo de la magia, lo interesante de noches como esta es que revelan algo del espíritu profundo de la condición humana, que se siente abierta a lo divino.
Es la Noche de San Juan un momento diferente, un tiempo cualificado, un espacio sagrado que nos habla de lo natural que es la experiencia religiosa, de lo profunda y naturalmente ahondada que está en el ser humano y de cómo hay tiempos especiales para captarlo, para experimentarlo, para vivirlo. El ser humano no es sino una llama de lo divino en el tiempo.
A una visión primitiva y mágica de lo sagrado corresponde experiencias y cultos mágicos y primitivos, de ahí las hogueras que queman lo antiguo y marchito para dar paso a lo nuevo y bueno, y de ahí que en una cristianización de las fiestas, a éstas se les trate de vincular con la historia y el contenido de la Fe cristiana, no negando lo arraigado que están en las culturas, sino buscándoles otros sentidos.
Lo más significativo de noches como la de San Juan es que después de milenios de humanidad la seguimos celebrando. Por mucho que haya un dominio cultural en el que el más ramplón racionalismo y el cientificismo tecnológico más reduccionista no acepten lo religioso -despreciándolo, ridiculizándolo y minimizándolo-, contra la profunda dimensión espiritual innata a lo humano es imposible batallar. Lo religioso -en un modo más basto o más pulido, más primitivo o más elaborado- es parte innata de la condición humana.
Y por si acaso se olvida, la Noche de San Juan regresa cada año para recordárnoslo.

Vicente Niño Orti, OP, es fraile dominico. Teólogo, escritor y columnista.